Ni los bancos cerraron ni los aviones se atascaron en el aeropuerto internacional de Nicaragua sacando a gente desesperada ni los sandinistas triunfadores fusilaron masivamente en venganza a sus adversarios ni Daniel Ortega echó al embajador gringo ni Washington ordenó sacar las tropas de Irak para enviarlas a Nicaragua ni las remesas familiares han dejado de llegar ni Osama Bin Laden ni el prófugo narco el Chapo Guzmán corrieron a refugiarse a lujosas casas de Las Colinas con el aval del FSLN...
El triunfo de Daniel Ortega en las pasadas elecciones del 5 de noviembre es, queramos o no, un acontecimiento trascendente no sólo para Nicaragua y Centroamérica, sino para toda América Latina. Su caso es sui generis: encabezó una revolución armada para derrocar al tirano Anastasio Somoza Debayle; inició una proceso de revolución popular en medio de una guerra civil impuesta por Estados Unidos; inicia un proceso democratizador y de desmantelamiento de su propia revolución (Piñata incluida); es derrotado en tres elecciones de “democracia burguesa” y regresa al poder al cabo de 16 años encabezando una alianza de “tirios y troyanos”. ¡Y nada!
¡Qué hizo mil malabares para llegar al poder, es cierto! Es la culminación del ideal de todo político. En términos estrictamente políticos Daniel Ortega ha sido exitoso. Y no me cabe duda que entre sus adversarios habrá muchos que le tengan bastante envidia.Daniel Ortega, el Caudillo, Corrupto, Traidor, Violador y Criminal, pero también el Líder Popular, Concertador, Sabio y Benévolo ha regresado al poder, como el Hijo Pródigo, derrochando perdones y abrazos de reconciliación. Nadie como los propios nicaragüenses necesitan, no que Daniel triunfe, sino que se cumpla lo prometido: terminar con la pobreza.
La fuerza de Daniel para llegar al poder nuevamente estuvo en el ideal de la revolución que un día encabezó, la cual prometió convertir sus ríos en caudales de “leche y miel”, pero que después defraudó a medio mundo. No obstante, la semilla del sueño colectivo fue sembrado. Además pasaron 16 años de promesas que llegaron del lado de la derecha, tres gobiernos consecutivos, y la frustración se incrementaba con el tiempo. Hoy el Daniel de segunda generación está condenado a no equivocarse, sino no habrá Dios que lo perdone.
Nicaragua tiene un reto inmenso por delante y los nicaragüenses tiene que comprobar que el elegido es capaz y que luchará por reestablecer la esperanza en una nación que se niega a morir.He escuchado, entre “tirios y troyanos” de El Salvador, hablar de lo que el triunfo de Ortega puede influir en nuestros lares. La dialéctica dice que toda acción tiene sus reacciones e influencias. Pero la onda no es mecánica. Durante la guerra civil se escuchaba aquella consigna de “Si Nicaragua Venció, El Salvador Vencerá”... Pero no fue así.
Los procesos son distintos.La influencia de Nicaragua, sin embargo, será en todo caso una condición subjetiva en el proceso. El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de El Salvador, no debería hacer cuentas alegres. No obstante, en El Salvador las condiciones objetivas para el cambio están dadas: crisis social y estancamiento económico; ensanchamiento de las desigualdades y desmejoramiento general de las condiciones de vida; gobiernos que incumplen con sus promesas; violencia galopante que nos sitúa como el país más peligros de Latinoamérica y entre los más peligrosos del mundo.
Sólo con eso sería suficiente para derrotar al oficialismo derechista, que aquí lleva también 16 años de establecer una política de “encantamiento” sin beneficios repartidos y que ha dejado a la población sólo con el aliciente de irse “mojada” a Estados Unidos. Ahora bien, el FMLN, y las otras fuerzas de izquierda democráticas: Frente Democrático Revolucionario (FDR) y Centro Democrático (CD), tienen un reto por delante: sacar a la derecha del poder. Esa sería su primera coincidencia; segunda, crear a partir de su alianza, una amplia Unidad Nacional, que tenga como norte: rescatar el proceso de democracia institucional; vencer la ola de violencia delincuencial y ponerle fin a la crisis socio-económica que padece El Salvador. En resumen, rescatar la esperanza. “Si no cumplieres, que la patria os condene”.
Autor: Juan José Dalton
Fecha: 27 de noviembre de 2006
El triunfo de Daniel Ortega en las pasadas elecciones del 5 de noviembre es, queramos o no, un acontecimiento trascendente no sólo para Nicaragua y Centroamérica, sino para toda América Latina. Su caso es sui generis: encabezó una revolución armada para derrocar al tirano Anastasio Somoza Debayle; inició una proceso de revolución popular en medio de una guerra civil impuesta por Estados Unidos; inicia un proceso democratizador y de desmantelamiento de su propia revolución (Piñata incluida); es derrotado en tres elecciones de “democracia burguesa” y regresa al poder al cabo de 16 años encabezando una alianza de “tirios y troyanos”. ¡Y nada!
¡Qué hizo mil malabares para llegar al poder, es cierto! Es la culminación del ideal de todo político. En términos estrictamente políticos Daniel Ortega ha sido exitoso. Y no me cabe duda que entre sus adversarios habrá muchos que le tengan bastante envidia.Daniel Ortega, el Caudillo, Corrupto, Traidor, Violador y Criminal, pero también el Líder Popular, Concertador, Sabio y Benévolo ha regresado al poder, como el Hijo Pródigo, derrochando perdones y abrazos de reconciliación. Nadie como los propios nicaragüenses necesitan, no que Daniel triunfe, sino que se cumpla lo prometido: terminar con la pobreza.
La fuerza de Daniel para llegar al poder nuevamente estuvo en el ideal de la revolución que un día encabezó, la cual prometió convertir sus ríos en caudales de “leche y miel”, pero que después defraudó a medio mundo. No obstante, la semilla del sueño colectivo fue sembrado. Además pasaron 16 años de promesas que llegaron del lado de la derecha, tres gobiernos consecutivos, y la frustración se incrementaba con el tiempo. Hoy el Daniel de segunda generación está condenado a no equivocarse, sino no habrá Dios que lo perdone.
Nicaragua tiene un reto inmenso por delante y los nicaragüenses tiene que comprobar que el elegido es capaz y que luchará por reestablecer la esperanza en una nación que se niega a morir.He escuchado, entre “tirios y troyanos” de El Salvador, hablar de lo que el triunfo de Ortega puede influir en nuestros lares. La dialéctica dice que toda acción tiene sus reacciones e influencias. Pero la onda no es mecánica. Durante la guerra civil se escuchaba aquella consigna de “Si Nicaragua Venció, El Salvador Vencerá”... Pero no fue así.
Los procesos son distintos.La influencia de Nicaragua, sin embargo, será en todo caso una condición subjetiva en el proceso. El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de El Salvador, no debería hacer cuentas alegres. No obstante, en El Salvador las condiciones objetivas para el cambio están dadas: crisis social y estancamiento económico; ensanchamiento de las desigualdades y desmejoramiento general de las condiciones de vida; gobiernos que incumplen con sus promesas; violencia galopante que nos sitúa como el país más peligros de Latinoamérica y entre los más peligrosos del mundo.
Sólo con eso sería suficiente para derrotar al oficialismo derechista, que aquí lleva también 16 años de establecer una política de “encantamiento” sin beneficios repartidos y que ha dejado a la población sólo con el aliciente de irse “mojada” a Estados Unidos. Ahora bien, el FMLN, y las otras fuerzas de izquierda democráticas: Frente Democrático Revolucionario (FDR) y Centro Democrático (CD), tienen un reto por delante: sacar a la derecha del poder. Esa sería su primera coincidencia; segunda, crear a partir de su alianza, una amplia Unidad Nacional, que tenga como norte: rescatar el proceso de democracia institucional; vencer la ola de violencia delincuencial y ponerle fin a la crisis socio-económica que padece El Salvador. En resumen, rescatar la esperanza. “Si no cumplieres, que la patria os condene”.
Autor: Juan José Dalton
Fecha: 27 de noviembre de 2006