martes, 19 de abril de 2011

Los torturadores chillan

Por Juan José Dalton

Preámbulo: Este fue mi último escrito como columnista de La Prensa Gráfica (de El Salvador), el 28 de junio de 2002. Después me cerraron el espacio al que me habían invitado para compartir mis ideas todos los domingos (durante casi dos años). Republico esta columna porque después de nueve años tiene una vigencia increible y mis conceptos expuestos entonces no han cambiado en lo más mínimo. Pero más importante que eso: la confirmación de que El Salvador para llegar a una verdadera reconciliación necesita justicia y verdad; poner fin a la impunidad que aún se apapacha desde las altas cúspides del poder político.


SAN SALVADOR - La sentencia de un tribunal de Florida, Estados Unidos, que recientemente condenó a los generales retirados Guillermo García y Eugenio Vides Casanova, por torturas a prisioneros, provocó infinidad de reacciones en El Salvador, algunas con faltas de sensibilidad. Otros asustados, debido a su mentalidad dolarizada, por la multimillonaria suma (unos 55 millones de dólares) para indemnizar a las víctimas, según la sanción del tribunal. ¿Con cuántos millones se curarían las secuelas de las torturas? ¿Cuánto vale una vida? ¿Cómo indemnizar a un desaparecido? Estoy decididamente con los demandantes, que supieron exigir justicia en Estados Unidos amparándose en sus propias leyes; en El Salvador tenemos negado tal derecho por una infame Amnistía promulgada en 1993. Pero, lo que hicieron los demandantes Neris González, Carlos Mauricio y el Dr. Juan Ramagoza nos inyecta esperanza -a quienes fuimos torturados o tenemos asesinados o desaparecidos- al saber que habrá justicia algún día. Los demandantes fueron hechos prisioneros a principios de la década de 1980 por la Guardia Nacional (GN), cuando los generales García y Vides eran, respectivamente, Ministro de la Defensa Nacional y Director de la Guardia Nacional (GN).


«Fallos como éste que se ha dado en Florida hacen, en verdad, mucho más daño que bien», dice un desafortunado editorial de La Prensa Gráfica del 25 de julio. ¿Por qué? ¿Acaso acudir a la justicia a reclamar un derecho no es lo que nos enseña la democracia y la libertad? Los generales condenados, y muchos más, fueron victimarios conscientes. Quienes cometieron crímenes, en comparación a toda la población salvadoreña, son pocos; las víctimas somos más. ¿Por qué entonces nuestra naciente democracia tiene que estar presa de un puñado de criminales?


Los jefes militares no pueden alegar desconocimiento de los suplicios que cometían sus subalternos y de vez en vez, ellos mismos. Cuando fui capturado en Las Vueltas, Chalatenango, el 7 de octubre de 1981, un alto militar ordenó, vía radio, que no nos mataran (al dominicano Manuel Terrero, al médico Wilfredo Centeno y a mí) y que nos trasladaran a San Salvador en helicóptero. Mi hermano Roque no tuvo la misma «suerte»: tras caer herido en combate, junto a otros dos guerrilleros, fue rematado. Esas eran las órdenes: no dejar heridos. Tal vez existan casos honrosos que no cometieron crímenes, pero son pocos. De la base aérea de Ilopango fui trasladado a la Policía de Hacienda (PH), en San Salvador. Pese a que tenía una grave aún sangrante herida, por una bala que me atravesó el pulmón izquierdo y me dejó tres costillas rotas, fui torturado salvajemente. La Cruz Roja Internacional tiene registro de ello; en Estados Unidos, Canadá y Europa se conoció mi testimonio. A las celdas clandestinas se acercaron siempre los más altos jefes militares para apreciar «su trofeo de guerra»: nuestros despojos. ¿Qué de heroico tuvo la tortura, el asesinato, las masacres y los desaparecimientos? Los responsables de ello fueron cobardes. En la aflicción de la picana eléctrica y el «avioncito», amarrado de manos y pies, les pedía a mis torturadores que me mataran, pero nunca les pedí clemencia ni lloré, como ahora lo hacen los requeridos por la justicia. No obstante, jamás voy a querer la muerte ni sufrimiento que viví para quienes me torturaron ni para aquellos que asesinaron a mi hermano y a mi padre (el poeta Roque Dalton, asesinado en 1975 por extremistas de izquierda dirigidos por Joaquín Villalobos). El amor a la humanidad tuvimos como ideal en la lucha, por eso en nuestros corazones no hay odio. Lo que reclamamos es un bálsamo de esperanza para sanar heridas.

viernes, 1 de abril de 2011

Si Carter usa blúmer...

Por Juan José Dalton

Testimonio sobre el éxodo de "El Mariel" en Cuba y el ingreso a la guerra salvadoreña

SAN SALVADOR – Abril de 1980, Cuba era un hervidero… La revolución sandinista recién había triunfado; El Salvador y Guatemala, se suponía, le iban a seguir.

Cuba era un mar revuelto de “masas” y había un enfrentamiento agudo entre su propia gente, dividida por ideologías radicalmente enfrentadas: la del Imperio y la de la Revolución… Divididos los cubanos, pero todos aman los versos de Martí, las tumbadoras, las cadencias de las caderas al caminar y bailar, la sensualidad de mujeres y hombres, el ron de caña, el dulce de guayaba, la carne de puerco, el congrí y las pasiones desenfrenadas a la hora de defender o entregar lo suyo.

Aquel fue el año y el mes de “El Mariel” y de mis últimos días de Universidad de la Habana.

Ya estaba todo decidido: Roque, mi hermano mayor, Roquito, que estudiaba Historia, y yo –Periodismo-, nos íbamos al frente de guerra en El Salvador.

Pero la “batalla ideológica” de “El Mariel” no me la perdí. Miles de cubanos -hombres, mujeres y niños, ancianos, negros, blancos, jabaos, indios, pobres o ricos, presos comunes liberados y funcionarios que desertaron, todos los posibles- se metieron en la embajada de Perú con el fin de pedir asilo para “escapar” de la Revolución.

En El Salvador se conocieron antes de la guerra civil tomas de embajadas, pero nunca nada igual como la toma de la embajada de Perú en La Habana en abril de 1980, cuando en Washington gobernaba Jimmy Carter.

En Miramar, y en repudio a los “asilados” se hicieron caravanas interminables: los “indeseables”, la “escoria” -como se les bautizó oficialmente-, representaban al Imperio. La “marcha del pueblo combatiente”, representaban a la Revolución.

Recuerdo que un muchacho, líder de la asociación de estudiantes de la Universidad de la Habana, se destacó en las arengas y en discursos fervorosos y encendidos contra la “escoria” y el “imperialismo”: Robertico Robaina… ¡Fue el héroe!

Se paraba en cualquier alto para gritar a viva voz la defensa de la Revolución y de Fidel. Claro lo tengo grabado en mi mente en su arenga que repetía: ¡¡Si Carter usa blúmer, Fidel los pantalones!! ¡¡Tenemo un presidente de le roncan los… pin, pon, fuera, abajo la gusanera!!

La masa enardecida le seguía la corriente en su subida adrenalina machista… La valentía era de quién tenía los cojones más hinchados…

Muchos de los que tenían carnet del partido lo rompieron y se subieron a las lanchas que llegaron al puerto de El Mariel para llevárselos a Miami. Otros que eran considerados “desafectos y sospechosos” recibían mítines de repudio en sus casas para obligarlos a irse: ¡¡Qué se vayan, que se vayan!!, pero nunca se fueron: “No quiero irme de mi país”, decían.

Las sorpresas entre los vecinos eran frecuentes: ¿Y fulano de tal, por qué no vino a la reunión? ¡Fulano de tal se fue por El Mariel!... Hasta los presos fueron sacados de las cárceles para subirlos a las lanchas con pasaje gratis directo a Miami.

Cuba, su pueblo, quedó entonces más dividido que nunca. Familias se redujeron en todas partes. Los jóvenes se fueron a probar suerte en el capitalismo.

Mi hermano Roque y yo nos fuimos a la guerra. Roque murió en combate en la ofensiva de octubre de 1981, no sabemos cómo. Su cadáver nunca apareció, pero su sueño de una patria más justa sigue en vuelo permanente y exigente. Yo sobreviví a la guerra, a las heridas y a la cárcel de la dictadura salvadoreña y a las frustraciones de la victoria a medias.

Muchos años pasaron desde aquel abril de El Mariel y el abril en que me despedí de mis amigos y amigas de la universidad habanera.

Hoy a través del Facebook he reencontrado a muchos de mis queridos hermanos de niñez y de infancia; a mis compañeros de Universidad; también amigos del barrio, de la primaria, segundaria y del pre... En cada encuentro revivo mi vida... A ellos les pasa lo mismo. ¿Tú eres diminuto Dalton? ¡¡No me jodas, te creía muerto!!¡¡Mi hermano…!! Las risas se confunden con las lágrimas de “la vida ida”, como decía el poema del Caballero de París.

Cuba atraviesa mi corazón y mi mente por todas partes… Paradojas que se dan en todas partes: aquella “escoria” que se fue por “El Mariel”, es ahora la que manda remesas y mantiene en gran parte la economía de Cuba. Lo mismo pasa en El Salvador: la pobrería se fue al Norte y por su aporte monetario constante y creciente, hasta cambiamos el billete de Colón por el Dollar.

Carter resulta ahora que no “usa blúmer” y Robertico Robaina, después de haber sido el gran canciller revolucionario, fue destronado por no sé qué desmanes que se le descubrieron.

Carter después de 31 años de aquellos tiempos llega al bastón “inexpugnable” del socialismo para pedirle a Washington abolir el embargo que nunca sirvió para un carajo; mientras que Fidel ya entregó el mando y Raúl ordena repellar los baches de la historia para ver si algún día llega la paz.

Una buena parte de mis hermanos y hermanas con los que marché en aquel caudal que repudiaba a sus propios hermanos en la embajada del Perú, hoy está en Miami, en Venezuela, en Europa, en México… Otros siguen sin querer irse de su Cubita linda.

Muchos de los combatientes con quienes comenzamos la guerra civil en El Salvador hoy resultan estar, más que muertos, olvidados.

Cuba, mi Cuba, está por todos lados… Desperdigada y herida, con frío y con calor y con la esperanza que nunca muere. Pepito, mi amiguito de infancia y juventud, ex combatiente de la guerra de Etiopía, murió alcoholizado, pobre y abandonado en el portal de un edificio inteligente de la Florida.

A nuestra generación la Revolución y el Imperio nos dieron de todo para vivir en un estado permanente de contradicción, pero no nos prepararon para conocer la paz. Tantas mentiras fueron verdades y tantas verdades hay que nunca creímos. ¿Cuánta risa hoy se nos hace tristeza? Pero... aquí estamos: somos sobrevivientes de un futuro incierto.

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