domingo, 10 de junio de 2007

Lisiados o lealtad con la vida







SAN SALVADOR – Hace unos años hice un reportaje para EL PAÍS (de España), para dar una visión distinta a la habitual de la celebración de los Acuerdos de Paz en El Salvador que se firmaron el 16 de enero de 1992. Por esa fecha y todos los años, el gobierno y la ex guerrilla celebran separados algo que crearon juntos. Como unos divorciados, se halan los pelos, se dan pescozadas y se recriminan hasta lo que no estaba escrito.

Se me ocurrió entrevistar a un lisiado de guerra, porque no sólo había sido protagonista del conflicto, sino que era también un “beneficiario” de la paz. El escogido fue Juan Pastor, ex guerrillero; en la actualidad con 47 años de edad. No es un lisiado común: le faltan las dos manos pero en Alemania le hicieron una operación y recibió adiestramiento para poder manejar sus dos antebrazos como tenazas. La mina que lo lisió le vació un ojo y le dejó cientos de esquirlas en el cuerpo; al levantarse la camiseta se puede ver lo que sería un Hombre Colador. Denunció el abandono, no sólo del gobierno, sino de sus antiguos jefes.

Pero Juan Pastor no la lástima. Al verlo en la sobrevivencia diaria: vendiendo botellas de miel, semillas de marañón y conservas caseras, que él mismo produce en su casita de El Paisnal, lo que produce es coraje. Se trata de un humano ejemplar. Hay quienes creen en el Ché Guevara como símbolo de Hombre Nuevo... Pero Juan Pastor es un símbolo de Lealtad con la Vida. Con su cuerpo pedaceado puede trabajar, reír, cría a sus hijos, limpia de maleza de su milpa y tiene además fuerzas para amar. ¿Cómo le hacés con las mujeres? Ríe con picardía y luego dice: “Uno se las inventa...”

El otro símbolo de Lealtad con la Vida es, sin duda, Roberto Antonio Villalobos, de 36 años de edad y lisiado desde hacer dos de otra guerra: la invisible, la que produce la ola migratoria desde El Salvador a Estados Unidos. Esa estampida, como en la guerra civil recién finalizada, también genera lisiados, desaparecidos y muertos.

Roberto Antonio era albañil. Cada día con menos trabajo e ingresos decidió escapar hacia el Norte. “En el intento perdí mi pierna y todo mi brazo, del lado derecho”, explicó. El tren donde iba junto con dos guatemaltecos, en el Estado de Oaxaca, se descarriló. El vagón en el que iban de polizontes se volcó y les cayó encima. Los guatemaltecos murieron y Roberto Antonio fue rescatado entre los escombros con sus miembros triturados.

“No hay tiempo de llorar”, dice aunque sus ojos estaban enrojecidos. “Hoy me dedico a halar leña, arena, piedras... lo que sea, en una carreta rústica”, según explicó. ¿Cómo le hace? Una muleta de palo le sirve de palanca.
Pienso. Con gente así cualquier guerra se gana, cualquier muro se derriba, cualquier mentira se desenmascara. ¡Qué canallas aquellos que a gente como Juan Pastor y Roberto Antonio mantienen en el olvido y excluidos de las decisiones de una Nación!

Ambos, Juan Pastor y Roberto Antonio merecen nuestro respeto y apoyo. Antes de sufrir las heridas eran pobres. Hoy, después de las tragedias a las que han sobrevivido, siguen siendo pobres: sus ingresos sin menores a 2 dólares diarios. Pero alma les sobra, seguro que hasta pudieran exportar espíritu y valentía. Ojalá el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Sur lean esta mi pequeña columna de homenaje a la tenacidad y comiencen a idear proyectos de “nuevo tipo”.

Autor: Juan José Dalton
Fecha: 10 de junio de 2007