martes, 30 de junio de 2009

Michelleti “no tiene quien le escriba”

Por Juan José Dalton (ContraPunto)
SAN SALVADOR – No sé cómo será ni cómo saldrá, pero el reinado de Roberto Michelleti en Honduras, será muy breve o muy malo. Como dicen por estos lares: ¡Menudo problema que se ha buscado!

¿Quién lo habrá asesorado para cometer la semejante burrada? Hoy alguien me dijo: Creo que detrás de esto están el Otto Reich y el John Negroponte... ¡¡Los más probable es que quién sabe!!

Pero lo cierto es que los ideólogos de este “putch” no consideraron la realidad circundante en “las Américas”, ni siquiera se pusieron a pensar en algo estratégico: ¿Y si el “putch” falla, para dónde reculamos? No tendrán a dónde ir...

Michelleti, un eterno diputado liberal e irascible, quiere hacerse pasar por el salvador de la democracia en Honduras y quiere convencer a la “mara” que lo que dio no fue un “golpe de estado” sino una “sucesión constitucional”.

Pero, señores: Si camina como pato y hace cua cua cua: ¡Es pato!

En fin, eso y la firma falsificada de “Mel” Zelaya, en una carta de renuncia leída por un diputado, es harina de un proceso penal, cuyas repercusiones aún no son imaginables.

Por el momento, los golpistas de Honduras se han comportado peor que las hermanastras de la Cenicienta y si se hace el hechizo, los veré a todos pidiendo cacao.

Como decía anteriormente, las cosas en “las Américas” han cambiado sustancialmente. Para muestra un botón: en Estados Unidos gobierna el negrito Obama, pero en El Salvador ya no gobierno el negrito Flores.

Así son las cosas y no tiene nada que ver con el color de la piel, porque a Paquito Flores le encantó apoyar el “putch” contra Hugo Chávez que protagonizara Pedro “El Breve” Carmona (Breve por chiquito, no por lo corto de su mandato ilegal); sin embargo, Obama dijo: “machete estate en tu vaina”.

Honduras ha quedado sitiada. En América Latina no hay quien haya reconocido el golpe. Los países vecinos han cerrado sus fronteras terrestres y los del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), han sido drásticos.

En un documento de 9 puntos le cortan “la luz y el agua”. Retiran a sus embajadores (algunos del Grupo de Río: México, Brasil y Chile, por ejemplo, también); no reuniones políticas, económicas, financieras, deportivas y turísticas en Honduras; no créditos, etc, etc...

La OEA, la ONU y la Unión Europea (UE), están en contra de Michelleti y quieren el retorno de Zelaya. Por si fuera poco, internamente el estallido social puede estarse haciendo inevitable.

No hay brujo que sepa aún cómo terminarán los responsables de esta tragedia, entre ellos Michelleti, que más temprano que tarde estará solo “en su laberinto”..., pero por el momento también está solo y “no tiene quien le escriba”.

lunes, 22 de junio de 2009

El Avioncito

Por Juan José Dalton (ContraPunto)


SAN SALVADOR – De Chalatenango, específicamente de Las Vueltas, fuimos trasladados –era 7 u 8 de octubre de 1981- en helicóptero para la base de Ilopango. Íbamos esposados con las manos hacia la espalda, lo que nos dificultaba la movilidad.

Manuel Terrero y Wilfredo Centeno, los dos barbudos; yo flaco en extremo y demacrado, con el costado derecho del pecho sangrando por las torturas que me habían hecho en mi inmensa herido, en el cuartel de la GN en Las Vueltas. Apenas podía caminar.

Otra golpiza recibimos al bajar a tierra del helicóptero. Patadas y puñetazos. Un general, muy macho él, gritaba: “!¿Quién es el chocho?¡” Con la misma nos daba con la cacha de la pistola en cualquier parte del cuerpo. A mi me tocó en la ceja derecha y me tiró al suelo.

Él creía que Terrero era “chocho”, es decir, nicaragüense. Dejó de gritar cuando le informaron que no había ningún nicaragüense, sino que se trataba de un dominicano.

De Ilopango fuimos trasladados al cuartel central de la Policía de Hacienda (PH). No llevaron vendados. En un inicio no sabíamos que ahí estábamos. A los tres nos tiraron en un cuatro en el que interrogaban. Era sucio y tenía amontonados un montón de cosas viejas: libros, diarios, utensilios de cocina... Del techo pendían unos lazos gruesas.

Ahí llegaban de tres en tres, en ocasiones hasta más agentes de la S-2 a interrogarnos. Amarrados y vendados nos golpeaban con patadas, con puñetazos; nos ponían las pistolas o los cañones de los fusiles en el pecho y nos amenazaban con disparar.

Además, nos aplicaban la picana eléctrica, que no era otra cosa que dos cables pelados conectados a la electricidad. En la cabeza y en los brazos, en las piernas. A mi en la herida me daba los “toques”.

Eran ciclos imparables porque torturaban a uno primero y a otro después. Realmente, yo ya ni dolor sentía, pero era angustiante escuchar que estaban torturando a otro.

Quizás la tortura que más me impactó fue la del “avioncito”. Llegaban y te preguntaban: “¿Cómo querés el avioncito, con piloto o sin piloto?” Si uno respondía que sin piloto, el guardia decía: “¿Y cómo creés que un avión va a volar sin piloto?”. Entonces, colgado de los lazos que pendían del techo, uno de los torturados se subía encima de nosotros y los demás guardias comenzaban a balancearlo.

El “avioncito” sin piloto consistía en que te daban vueltas y vueltas, lo cual causa un dolor extremo y mareo. O te balanceaban hasta darte en las paredes.

Crueldad sin límites. Pero, era la lucha cobarde entre esa crueldad, que los altos jefes militares iban a ver como un circo, y la lucha valiente de los prisioneros por su sobrevivencia y el soporte estoico de fidelidad hacia el compromiso histórico que habíamos adquirido cuando nos metimos a la guerrilla.

Un día me dejaron colgado del techo durante varias horas. Ya no sabía si sentía dolor o no, pero le decía a Wilfredo que mejor me matara con la misma pita con que estaba colgado. Él me miraba angustiado y me decía: “¡Soportá, ya te van a bajar!” “Soportá, que llevamos tres días aquí y es signo que no nos quieren matar...”

Wilfredo tuvo razón: sobrevivimos y podemos contar la historia. ¿Cuántos no la contarán? No sé, pero es justo hablar por ellos...