Por Juan José Dalton
Mons. Jesús Delgado revela su relación personal con Oscar
Arnulfo Romero, a quien asistió como su secretario personal; también
achaca su asesinato a un grupo de “señoras ricas”
Mons.
Jesús Delgado, además de ser un reconocido sacerdote salvadoreño, con
una larga trayectoria como académico de la Universidad Centroamericana
(UCA) y dentro de la propia iglesia local, es un destacado intelectual y
hasta ahora, el más importante biógrafo del asesinado Arzobispo Oscar
Arnulfo Romero. Hablar con él sobre el futuro santo salvadoreño es como
revivir pasajes del hombre ejemplar y como Mons. Delgado lo define: el
prócer del nuevo El Salvador.
“Chús” Delgado nació en San Vicente
en 1938 y fue ordenado en agosto de 1962 como sacerdote. En su
biografía se dice: sus estudios para ser sacerdote no los terminó en el
Seminario San José de la Montaña ya que fue elegido para una beca para
poder así continuarlos en la Universidad Católica Lovaina en Bélgica
recibiendo los títulos: Doctor en Teología Bíblica a los 22 años, además
se graduó de Licenciado en Historia y Licenciado en Filosofía.
Como
biógrafo de Oscar Arnulfo Romero tiene tres libros: Monseñor Romero.
Biografía; Pensamiento de Monseñor Romero en sus cartas. Así tenía de
morir, porque así vivió. ¡sacerdote! Mons. Oscar Arnulfo Romero.
Esta es la importante y privilegiada conversación que sostuve con Mons. Delgado.
¿Cómo conoció usted a Monseñor Romero? ¿Qué recuerda?
Lo
conocí antes de que fuera arzobispo de San Salvador, todavía era
auxiliar de Monseñor Chávez y González. Lo conocí en Santa Ana de manera
muy fortuita: sucede que el obispo de Santa Ana lo tenía como el
predicador de pacotilla, de nota alta para las fiestas patronales de
Santa Ana. Él predicaba todas las fiestas de los 26 de julio. El talante
para predicar de él era algo conocido de todos, pero una vez se anunció
que no podía venir porque tenía una enfermedad que le había llegado al
estómago y que se sentía molesto y no podía predicar y se le notificó
al obispo de Santa Ana, por lo que el obispo tuvo que buscar a alguien
que predicara y me dijo: “tú tienes que predicar”.
Yo era
un joven sacerdote en ese momento, yo conocía a Monseñor Romero
solamente de oídas, incluso no era Monseñor, era padre Romero todavía.
Me tocó predicar en la misa de la Señora Santa Ana y saliendo de
catedral le dije al obispo: yo tengo que irme rápido porque tengo clase
que impartir, porque yo daba clases en la UCA, tenía clases a las dos
de la tarde, la predicación terminó a las once.
Saliendo
estaba de catedral cuando me tropiezo con un sacerdote. “¡Hay
disculpe!”, le dije…casi nos damos en la nariz, yo salía y él entraba.
-“¿Usted quién es?”- me preguntó
-“Yo soy el padre Chus Delgado”- contesté
-“Ah, el que acaba de predicar, lo he escuchado en la radio, que linda predicación”.
-“Y usted quién es”, le pregunté,
-“Yo soy Oscar Romero” contestó.
-“No me diga que usted me está diciendo que predico bien, si usted es el pico de oro del Señor en este mundo”- contesté.
Ahí
nos conocimos, nos dimos la mano, nos piropeamos. Él entró a saludar
al obispo y yo me fui a San Salvador de regreso, de ahí no nos vimos
más.
Él seguía su trabajo y yo seguía en la UCA -tenía
mucho trabajo en ese tiempo- formaba parte del equipo con (Ignacio)
Ellacuría y tenía muy poca relación con el resto del clero. Cuando tocó
el relevo de Monseñor Luis Chávez y González, fue elegido Monseñor
Romero tras una elección bastante difícil, porque ninguno de los obispos
que existían en ese momento, que eran cuatro, quería asumir porque
veían las cosas muy duras. Cosa extraña porque todos los obispos quieren
ser arzobispo y pasar a la lista de los grandes, pero esa vez no.
Entonces el Nuncio, instado por señores de la gran sociedad salvadoreña
que conocían bien a Monseñor Romero durante su tiempo en San Miguel y le
tenían una estima enorme, le sugirieron que promoviera a Monseñor
Romero como arzobispo.
¿Era de los que no quería asumir?
No,
pero era joven, Romero era el más joven de todos. Entonces sabiendo el
Nuncio que por ser joven le dirían que no, y aún sabiendo que Romero
tenía una gran devoción al Papa porque para él lo que el Papa decía era
mandato divino, platicó con él y le dijo: “El Papa quiere que usted sea
el arzobispo”, ahí lo amarró completamente. No tuvo más que decir.
“Qué
se haga la voluntad de Dios, pero sepa que no estoy preparado para
eso”, le dijo Romero. “Dios te ayudará, Dios nunca pide alguien hacer
algo sin que le de la gracia…”, le dijo el Nuncio.
Le
cuento esto porque cuando él tomó posesión, fue la segunda vez que yo
lo vi; eso fue en la parroquia San José de la Montaña, ahí se presentó
el Nuncio, el arzobispo saliente, Monseñor Chávez y González, él y
otros obispos, todo el clero, por supuesto, llenísima la iglesia de
sacerdotes y monjas, pero el clero no quería a Monseñor Romero para
nada.
¿Por qué?
Porque el Monseñor
Romero que conocimos aquí, siendo auxiliar, era un hombre de derecha si
queremos hablar de un estilo, hombre tradicionalista, muy conservador,
muy pero muy quisquilloso frente a las ideas de Medellín. No podía
escuchar esas cosas y hasta llegó a decir que le daba náusea
escucharlo. Nunca iba a las reuniones del clero porque era muy de
avanzada y se guiaba por las ideas de Medellín. El clero no lo quería
para nada.
¿Usted nunca habló de esos temas con él?
No,
yo no lo conocía por esos tiempos, él me conocía más a mí. Vuelvo al
acto de toma de posesión, tomó la palabra el arzobispo saliente Chávez y
González, y toda la gente de píe, llorando. Él era muy querido; 38
años de arzobispo, él puso esta Arquidiócesis, él la organizó, es el
gran pastor, para mí no ha habido mayor organizador de la arquidiócesis
que él, junto con Monseñor Rivera y Damas.
Entonces, el
Nuncio le dio la palabra al nuevo arzobispo, Monseñor Oscar Arnulfo
Romero, él era muy nervioso, agarró el Cristo que llevaba en su pecho -
era para él una fuerza enorme- y temblando empezó a hablar.
Habló
muy lindo como siempre, pero nadie aplaudió. Todos se quedaron
sentados, nadie se puso de píe, la iglesia parecía un sepulcro hasta que
a un sacerdote se le ocurrió gritar: “Bueno y por qué no vamos a
tomarnos un cafecito caliente”, le aplaudieron, qué bochorno… Todos
salieron rapidísimo de la iglesia al seminario a tomar el café.
Yo
estaba tomando mi cafecito, hablando con alguien, cuando siento que
alguien me tomó del cuello y me jaló para atrás, cuando vuelvo a ver era
Monseñor Romero. Me llevó aparte y me dice: “Padre Chus ayúdeme a
conquistar al clero porque no me quieren, yo sé que a usted le siguen y
le escuchan”. Yo en ese tiempo daba muchas pláticas espirituales con
ellos, retiros espirituales, pláticas de teología, todo eso.
“Con
mucho gusto excelencia, usted es el jefe”, yo soy hombre de iglesia y
me guste o no me guste el individuo, si el Señor lo ha nombrado es jefe,
padre y pastor”. “Desde ahora usted va a ser mi secretario personal”,
me dijo. Ahí fue donde me empecé a codear bastante, era un hombre de un
trabajo enorme.
Yo tenía mi casa cerca de la UCA. Una
vez tocaron la puerta como a las dos de la madrugada, yo dije que era la
Guardia que me vienen a pepenar, porque yo trabajaba en la UCA.
-¿Quién es?-, dije desde adentro.
-Soy yo-…
-¿Quién es yo?- contesté…
-Yo le digo, abra-
Era él, Monseñor Romero a las dos de la mañana.
-Mirá, quiero que me revises este documento, que debo enviarlo a Roma inmediatamente, a las ocho de la mañana.
-Vaya Monseñor, déjelo- le dije yo.
-No, yo aquí me quedo- me dijo.
Se
quedó en la mecedora para verme trabajar, él lo había escrito todo a
mano. Desde ahí comenzó mi relación muy estrecha con él, calidad en la
que él me cita poco, claro está porque era algo personal, nadie tenía
que saber lo que hacíamos, ahí empecé a conocer bien profundamente y lo
llegue a amar evidentemente.
Él empezó a dejarse
trabajar por el espíritu para ver cómo entraba en consonancia con la
doctrina del Vaticano y el Vaticano aceptado por América Latina que es
Medellín. Aceptación quiere decir que la doctrina de un concilio
universal es apropiada y puesta al servicio de la Iglesia de un
continente; Asia tenía que hacer el suyo, África para ellos y nosotros
para nosotros, el modo de cómo se aceptó la doctrina del Vaticano aquí,
fue Medellín.
Eso
era lo que a él no le entraba mucho y empezamos a trabajar en eso:
“Leamos juntos Medellín usted trate de explicarme”, me decía, y él
buscaba apoyo, hasta que llegó un cardenal que se llamaba (Eduardo)
Pironio, que fue su verdadero padre espiritual en la doctrina de
Medellín y la Iglesia Latinoamericana, él fue muy perseguido en
Argentina por sus propios correligionarios pero finalmente fue cardenal
de la iglesia católica en el Vaticano encargado de un dicasterio, o sea,
un ministerio para las misiones.
Así conocí yo a Monseñor Romero; primero esporádicamente; segundo ya intensamente.
¿Qué elementos cambian a Monseñor Romero?
Le
he de decir que a Monseñor Romero, lo cambian las circunstancias y él
trató de responder a Dios en las circunstancias en las que le hablaba,
todo era ayudarle a descifrar las circunstancias al principio, después
él las asumió como propias. Monseñor Romero no cambió como hombre, era
un sacerdote y lo fue siempre igual.
El libro que yo
escribí, “Así tuvo que morir porque así vivió”, demuestra que este
hombre no sólo cambió, también progresó en la visión sacerdotal de ser
ministro de la Iglesia, ministro de Dios ante el pueblo, de una
fidelidad grande a Dios, al Papa, a la Iglesia… Eso no cambió para nada.
Lo que tuvo que cambiar él, era su modo humano de asumir la voluntad de
Dios y la realidad frente a la realidad. Él fue formado en una época
antes del Concilio, igual que yo un poco, era un tiempo de culto, la
Iglesia estaba centrada en el culto que hay que dar a Dios, leyes del
culto, leyes canonícas, entre otras cosas.
Volcarse al
pueblo de Dios antes del Concilio Vaticano Segundo era prohibido, por
ejemplo, la experiencia de los sacerdotes obreros de Francia, el Papa
los dejó seguir, pero no eran bien vistos; en cambio era bien vista la
celebración del culto, misas, iglesias bien dotadas, todo en el culto,
pero fuera del culto era como que se escapaba todo de las manos de la
Iglesia.
Es lo que dijo Juan XXIII: “Vamos atrasados
respecto al mundo, tenemos que ponernos al día con el mundo, caminar con
el paso del mundo, no con su paso pero si con ese paso de trasformación
que se está haciendo”. Y entonces ya con el Concilio Vaticano Segundo
la iglesia se pone a caminar con el pueblo, ya no solo desde la iglesia
sino con la gente hacía la iglesia santa de Dios.
Este
fue el paso que tuvo que dar Monseñor Romero, pero lentamente, pasar de
una iglesia de culto, a una iglesia del pueblo de Dios, de una iglesia
jerárquica a una iglesia del pueblo de Dios, que lo marca bien el
documento Lumen Gentium, que es de los primeros grandes documentos del
Concilio Vaticano. Este documento se distanció de todos los documentos
de la iglesia en este sentido, primero hablaban de iglesia, luego de
jerarquía y luego del pueblo de Dios; éste le dio vuelta, habla de la
iglesia fundada por Cristo, habla de pueblo de Dios y dentro del pueblo
de Dios, la jerarquía, lo que cambia totalmente la perspectiva.
Esto
es lo que le costó a Monseñor Romero percibir porque él fue educado en
la teología de iglesia fundada por Cristo, jerarquía y luego pueblo de
Dios. Dándole vuelta, primero pueblo de Dios y dentro como servidores
los jerarcas, cambiaba todo.
Eso le costó a él
asimilarlo, pero un hombre del espíritu, hombre de Dios, un hombre
santo, recto, y comunicado con el espíritu como lo fue él, lo fue
asimilando poco a poco. Le costó más porque tuvo que dar ese paso de la
iglesia como jerarquía y culto, a una iglesia del pueblo de Dios, y tuvo
que dar ese paso aquí en San Salvador en unas circunstancias bien
difíciles desde un principio; porque le mataron al padre Rutilio Grande,
y ese fue el primer choque tremendo que tuvo.
¿Usted recuerda este día?
El
día en que lo mataron lo supimos todos, yo estaba en la UCA y él me
llamo rápido, para preguntarme qué era lo que se debía hacer en esa
situación.
¿Qué recuerda de esa circunstancia?
Él
me dijo en ese momento: “No sé que está pensando, este gobierno que me
está matando al sacerdote mejor que yo tengo”. “Pues hable con el
presidente Molina”, le dije yo y así lo hizo. Después de haber ido a
hacer una misa al padre Rutilio, fue a hablar con el presidente Molina –
él lo trataba como de tú- y le dijo: “Mirá Oscar aquí hay 70 sacerdotes
que según nosotros o tienen que ser sacados por ustedes del país o aquí
corren el peligro de que los maten como a Rutilio”.
Romero
contestó: “A mí no me toca ningún sacerdote nadie ni el altar ni ningún
sacerdote. Tocar un sacerdote es tocarme a mí, por eso estoy aquí, no
tengo que poner afuera mis sacerdotes, son pastores, no son ustedes los
que van a decidir quién va estar aquí o no, somos nosotros los
pastores”.
Se despidieron así tensamente, pero esa tarde
Molina tuvo una inauguración no recuerdo de qué y los periodistas
preguntaron: “Parece que Monseñor Romero estuvo con usted esta mañana”,
el presidente contestó: “Sí, y hablamos muy lindamente como amigos que
somos, le expuse la situación y él está muy de acuerdo en que vamos a
ver cómo hacemos para que esos sacerdotes salgan del país”.
Cuando
supo esto Romero dijo en la homilía del domingo: “Desde ahora ya no
visito más al presidente en particular, él y todos van a saber lo que el
Señor quiere de ellos desde aquí, desde el pulpito de la verdad”. Desde
ese momento inicia las homilías y el análisis de la realidad en que
habla de un ministro, de un presidente, por ese motivo empezaron la
homilías, porque manipulaban la verdad y la ponían de su lado.
¿Monseñor redactaba sus homilías o usted en su carácter de secretario le ayudaba?
No,
eso era algo muy sagrado para él; él era un orador nato, yo tengo su
fichero de su ideario desde que era joven sacerdote, él leía muchos
libros y de los libros sacaba párrafos y los escribía en fichas y tenía
su fichero. Cuando iba a predicar de un tema solo agarraba el fichero y
de ese tema leía las notas y rápido se acordaba de todo y lo
actualizaba más todavía. Para la realidad nacional sí, él se hizo
asesorar de un economista, de un sicólogo de esto y lo otro…
¿Recuerda nombres?
No recuerdo, pero cambiaban. Casi todos venían de la UCA, algunos de la Universidad Nacional.
¿Ellacuría en particular?
No,
él no estaba. De la UCA eran siempre civiles, profesores, no
sacerdotes. Depende las circunstancias venían unos, venían otros, cada
quien deseaba asesorar a Monseñor Romero para las cosas de la realidad
nacional; por lo que concierne a la doctrina no, a eso nadie le ayudaba
porque estaba consciente de lo que tenía que hacer y tenía una formación
teológica bastante fuerte.
¿Cómo recuerda usted esos momentos trágicos, cuando Mons Romero empieza a confrontar sobre el tema de los derechos humanos?
El
me dijo un día: “Estamos atrapados entre dos fuerzas, nosotros debemos
seguir en el camino recto, por un lado, estan mis amigos de derecha que
no quieren entender que hay que convertirse; por otro lado, los que se
están haciendo de amigos de izquierda, quienes quieren que yo jale de su
lado con ideas revolucionarias y eso no puede ser. Ni puedo estar con
estos mis amigos porque los de la derecha son mis amigos también, entre
ellos los grandes ricos de San Miguel, que se vinieron a vivir a San
Salvador; ni puedo dejar que ellos sigan en ese camino porque se pueden
condenar”.
Monseñor Romero siempre hablaba en términos
teológicos profundos. Por ejemplo: “No quiero que mis amigos se
condenen, pero tampoco puedo seguir las directrices de alguien que
quiere que yo sea revolucionario. Voy a tratar de seguir el camino de
Pablo VI, quien es para mí, el guía en todo esto”. Además Romero lo
admiraba como exponía la doctrina, las actitudes y lo consultaba mucho
cuando iba a Roma. Pablo Vl siempre le daba un espaldarazo y le decía:
“Siga adelante Monseñor, siga adelante, va muy bien, ud. es el pastor
de San Salvador”, de forma que él trató de mantener una línea media de
Cristo, tratando de convertir a unos y a otros, eso era su ideal,
convertir no solo su alma sino la actitud en este mundo, a unos los
llamaba para practicar la justicia, a otros no dejarse llevar por la
violencia.
Él era el único que hablaba de que no teníamos
que ir a lanzarnos, “aún no hemos gastado el cartucho de la palabra de
Dios, debemos mantener un diálogo a través de la palabra”, decía. De
hecho el 24 de marzo de 1980, cuando fue asesinado a las 6:20 de la
tarde, a eso de las 7:00 de la noche era una completa balacera en todo
San Salvador, balas por todos lados y se desencadenó todo. Eso lo pudo
en ese momento detener con la autoridad de la palabra de Dios y con esa
autoridad que le dió el respaldo internacional y que acuerpaba la línea
de Monseñor Romero, llamando al diálogo y a la reconciliación.
A
pesar de que Monseñor fue en esencia mediador, por su palabra,
orientador del pueblo, sin duda la derecha es quien lo asesinó, ellos
desde un principio sabían lo que iba a hacer, cortar todo intento de
diálogo. ¿Qué se sabe de esto?
Según la Comision de
la Verdad, evidentemente es de la derecha que viene la bala, así lo
establece; la Iglesia no pone hincapié en eso, sino en que fue asesinado
en contra de la fe, porque la iglesia no condena a uno ni a otro, sino
que nosotros tenemos el deber de salvar las almas de todos, por ende, la
iglesia cuando va a beatificar o canonizar a alguien no es que al
determinar que fue asesinado por o en contra de la fe, es que los otros
son pecadores y se van al infierno, no, esto no es consecuente, además
la iglesia no va a señalar. A decir verdad, Monseñor Romero murió por
todos los salvadoreños, él quería un El Salvador hermano, en donde los
pobres caminaran junto con los ricos, los ricos con los pobres, pero en
un ambiente nuevo, por supuesto, que no podía seguir la vida social como
estaba entonces… De hecho urgando, urgando y urgando, la muerte de
Romero no la decide ningún partido político, sino un conjunto de señoras
de alta oligarquía que eran muy amigas de él y que se dijeron:
“Nosotras lo llevamos al arzobispado, nosotras quitémoslo”, entonces de
ahí viene, es por ello que el primer chizpazo de la muerte de él no
viene de ningún partído político, ni facción política… ahora bien si le
pidieron ayuda a gente que esté dentro de la vida militar que organizara
el crímen, eso sí todo esto está presente en la causa que se ha
presentado en el Vaticano.
Según escritos
recientes,el Vaticano confirma, de forma unánime, que Monseñor Romero
muere, es asesinado por odio a la fe. ¿Qué puede decir al respecto?
Ese
es un término objetivo no subjetivo, es decir, odio a la fe no se pone
imcapié en quién lo mató sino en qué sucedió, por ejemplo, yo tengo
entendido por todas mis investigaciones que a quién estas señoras
encargaron que hiciera eso fue a (Roberto) D´Aubuisson, pero él no fue
quien puso la mano en el gatillo, ellos contrataron a alguien diferente,
pero lo que pasa es lo siguiente: La muerte de Monseñor Romero sucede
en un momento en el cual tanto la derecha como la izquierda lo habían
amenazado, A fines del año 1979 yo recogí panfletos de las Fuerzas
Populares de Liberación (FPL), en los que hacían un llamado a juicio a
Monseñor, porque había apoyado la Reforma Agraria, y que los militares
de la Junta no era revolucionaria sino reformista y contrainsurgente, es
decir, que pedían un juicio popular en contra de él. Si bien recuerdo
Monseñor me dijo: “Hoy si estamos fritos, no solo la derecha me amenaza,
sino también estoy amenazado por la izquierda ¿Qué hago?”. “Ud. siga
adelante como sacerdote, ud. es un pastor”, le dije.
Ahora
bien cuando yo escribo en la biografía de Monseñor Romero digo que pudo
haber sido asesinado por la derecha o por la izquierda, ya que lo
habían desauciado los dos, solo que Ellacuría reaccionó frente a ese
panfleto ante la convocación y se habló con los dirigente de las FPL, es
más encontré ese panfleto en una universidad, porque alguien que
después fue gran dirigente de los guerrilleros, me dijo que habían
recogido todo rápido a insinuación de Ellacuría, quien les había dicho:
“Ustedes están amenazando a la única personalidad que es la salvación de
este pueblo”, por ende lo recogieron pero se les escapó uno y no me
dejaron sacar ese panfleto, pero sí le saqué copia, sin embargo al
visitar al gran dirigente de ellos a quién no mencionaré porque aún
vive, se lo entregué… por esa razón no lo tengo.
En ese
entonces muchos católicos habían entrado a las FPL en la lucha armada,
por eso le tenían una gran estima a Monseñor Romero, en mi opinión puedo
decir, que ellos rodeaban a Monseñor en efecto, de cuido, sin que él se
los pidiera, porque no quería y él mismo decía: “Yo no he pedido eso,
ni quiero que lo hagan”, pero ellos siempre lo hacían, lo rodeaban cada
paso que daba él. Pero cuando Monseñor dió el aval de la Reforma Agraria
todos desaparecieron, lo dejaron al desamparo y dijo: “Ya estoy frito”,
hablando en términos de San Lorenzo que lo martinizaron y lo pusieron
sobre una parrilla, diciendo: “miren ya de este lado estoy bien
rostizado quienes quieran puedan comer, demen vuelta”, es de ahí que
viene la palabra de Monseñor “Ya estoy frito”, con cierto humor.
Después
de 20 días transcurridos supo que fue retirada la amenaza, y fue desde
ese momento que ya no necesitó quien le manejara el carro.
Recuerdo
la entrevista que transcribí de Mario Meléndez , en la que la pregunta
era: Si tenía miedo que lo mataran, su respuesta decía que miedo tenía,
pero él iba a seguir cumpliendo su papel de pastor, aunque sea darle los
santos auxilios a los moribundos. ¿Qué me puede decir al respecto?
Varias
veces se le preguntó eso a Monseñor, y respondía: “Yo soy pastor, me
tiemblan las canillas, pero no me voy porque soy pastor, no político,
quienes huyen son los políticos y se van a otros países, yo no, el
pastor no abandona sus ovejas”, y eso lo hacía que mantuviera las
fuerzas, aunque varias veces lo bombadeaban en las radios. Ese es el
Monseñor Romero que yo logré conocer, así como la primera vez que me
abordó fue halandome el cuello, la última vez que lo ví fue lindo
también, ya que el 24 de marzo de 1980 que lo asesinaron, a eso de las
10:00 de la mañana lo visité en sus oficinas y le dije: “Monseñor yo le
pido por favor que se vaya a descansar, los periodistas lo van a
bombandear por la homilía de ayer”, cuando dijo: "Les suplico, les
ruego, les ordeno en nombre de Dios: cesen la represión y cuando les
ordenen matar a alguien obedezcan la voz de Dios, que dice “NO MATARÁS”,
fue tremendo. Yo le dije que se fuera y él me respondio: “Gracias padre
Chus, pero esta mañana voy a estudiar unos documentos con otros padres
al mar; en la tarde a eso de las dos iré donde mi padre celestial, como
yo soy el pecador no puede ir usted en mi lugar; a las 3:00PM voy donde
mi padre confesor; a las 4:00PM donde el odontólogo; a las 5:00PM donde
mi psicólogo y a las 6:00 hay una misa en el hospitalito”, y me dijo
“váyase, si yo no llego a tiempo a la misa, usted la inicia y yo me
incorporo cuando regrese”. Yo me sentí bien porque me permitió ayudarle,
sin embargo, solo había dado unos pasos cuando me dijo, mejor no, no
quiero compremeter a nadie yo haré la misa,y fue justamente esa homilía
en la que lo asesinaron, pero quien cometió ese crímen no lo conocía,
más bien le ordenaron matarlo. Así se dio la muerte de Romero, si Dios
quería un martir, ese fue él.
En esos momentos del
asesinato yo me encontraba dando clases en la UCA, pero cuando un alumno
me dijo que habían asesinado a Monseñor salí corriendo y pensé que
llegaría tarde porque era hora pico, pero en realidad no me fue difícil,
todo estaba, tranquilo como si fuese el juicio final. Cuando yo llegué,
él estaba muerto en el Hospital Policlínico, y fue un impacto tremendo,
no solo en el país sino que en el mundo entero.
Al momento de ver el cádaver de Monseñor Romero ¿Qué hizo usted?
Entre
lágrimas me puse a rezar, surgió algo extraño cuando le sacaron las
entrañas, las pusieron en una bolsa plástica y la dejaron así a la vera
de todos, mientras a Monseñor lo arreglaban y una viejita del Hospital
Divina Providencia, agarró la bolsita con las entrañas y se las llevó
hacia el pecho cubriéndolas con el hábito y se las llevó al hospitalito y
dijo: “Miren estas son las entrañas de Monseñor Romero”, entonces ellas
sugirieron enterrarlas en el jardín de donde vivía y así lo hicieron.
En 1983 vino el papa Juan Pablo II a visitar el país por primera vez y
ellas dijeron que probablemente el Papa iba a visitar la casita de
Monseñor Romero y como a él le gusta la virgen María, pongamos una
imagen en el jardín. Muy bien dijo una de ellas, pero reparó en que ahí
estaban las entrañas de Monseñor, por lo que debían sacarlas antes de
que los obreros pongan manos; las fueron a sacar pero al parecer seguían
igualitas como se habían enterrado, frescas, rosadas y sin mal olor.
Fueron donde Monseñor Rivera y Damas, quien es especialista en derechos
canónicos y dijo: “Este es un milagro, debemos presentarlo al Papa”,
pero las cosas transcurrieron y no hubo tiempo, el Papa no vino a la
casa de Monseñor Romero ni nada de eso. El vino un 3 de marzo, el 20 de
marzo yo estaba en Roma porque me invitaron a predicar por el
aniversario de Monseñor Romero que es el 24 de marzo, me habían
planificado una entrevista con el Papa, en donde aproveché a llevarle en
un vaso pedazos de las entrañas y le dije “Santo Padre, el arzobispo le
envía esto y le di explicación”; el Papa me respondió “Monseñor Romero
no necesita milagro, él es un mártir”, entonces le pregunté si podíamos
iniciar un proceso de beatificación, a lo que dio total aprobación.
Desde entonces él intuía que Monseñor era un martír, y él lo decía
siempre “Monseñor Romero fue asesinado celebrando el acto más grande de
la iglesia que es la eucaristía, es un martir”, esas últimas palabras
que me dijo me calaron fondo, en verdad, Dios quería que Monseñor Romero
estuviera ahí, ya que yo pude haber celebrado la homilía pero no fue
así.
En lo personal y en su corazón, ¿qué simboliza Monseñor Romero para todos los salvadoreños?
Un
hombre de Dios, un salvadoreño que ama a su país y a su gente, es
cierto, que él se codió en San Miguel con gente rica pero no es que él
los buscara, eso es normal, era su gente, sus feligreses. En lo
personal Monseñor significa un prócer de la nueva época de El Salvador,
él nos ha liberado de las ataduras de tanto miedo, condicionamientos
sociales y personales que existen en este país desde hace mucho tiempo.
Siendo un prócer con sello verdaderamente cristiano, considero que es un
enviado de Dios como el profeta Jeremías que en su libro dice “Yo era
un sacerdote, Señor, y pastor de ovejas, tú me sacaste del sacerdocio,
del pastoreo y me metiste de profeta”, a diferencia de Jeremías,
Monseñor no se quejaba, sino que decía: “¿Señor qué quieres de mí?” y
poco a poco se dio cuenta que el Señor lo quería como instrumento de la
fraternidad salvadoreña, pero una fraternidad que se lograría a través
de sacrificios, penalidades, sufrimientos, sangre. Pero todo esto se
beneficiarán las nuevas generaciones para que se podrán edificar un El
Salvador más justo, fraterno, más hermano, que está sintetizado en
Monseñor Romero.