jueves, 25 de diciembre de 2008

Una sopa de pollo

Por Juan José Dalton (ContraPunto)
SAN SALVADOR – La lluvia caía a torrenciales; estábamos totalmente empapados. Yo cuidaba que la herida no se me mojara para evitar una nueva infección. Habíamos caminado toda la tarde, la noche y ya estábamos en plena madrugada, que es cuando todo se pone más oscuro. El agotamiento, el hambre y el frío, además del miedo de ser emboscados, comenzaba a mellar en la moral de todos.

Esto ocurría en aquella trágica “guinda” de octubre de 1981. El ejército no eliminó a la mayor parte de las fuerzas de las FPL y a su mando superior, de puro milagro. Quizá nunca supo que podían haberle dado a la guerrilla de entonces un golpe mortal.

Yo estaba acurrucado y recostado a un árbol cuando llegó el chele Samuel, que era jefe de una de las Unidades de Vanguardia (UV), con su tropa. Acababa de repeler a fuerzas del ejército. Hasta armas había logrado recuperar en el combate, lo que en aquel entonces era todo una gran hazaña.

Pero el pelotón de Samuel tenía que ir a cubrir otra zona y nos entregó a nosotros -personal médico y lisiados- a un combatiente que traían herido. “Tiene un balazo en el estómago y ha perdido mucha sangre”, dijo uno del pelotón.

En aquellas circunstancias, rodeados por unidades enemigas y en un intenso movimiento, no había ninguna posibilidad de atender a aquel muchacho, un campesino de regular tamaño y quizás de unos 25 años. No recuerdo su nombre o quizá nunca lo supe.

El caso es que el herido estaba totalmente débil. Lo habían acostado muy cerca de mí, así que yo le puse encima un abrigo que andaba y mientras lo estaba cubriendo me agarró del brazo y me dijo: “Compa, quiero una sopa de pollo...”

Estaba tan débil que no le entendí: “¿Qué es lo que dice? –le pregunté-. Y me exclamó nuevamente: “Quiero una sopa de pollo...” Segunditos después murió; no me dejó decirle nada.

¿Qué cosa extraña, no? El muchacho aquel se me murió prácticamente en los brazos pidiéndome una sopa de pollo. Regresaba herido de un combate que había sido fiero, pero murió de una manera muy apacible. Nunca supe su nombre, nunca lo había visto antes. Lo más probable es que tampoco ahora se sepa de quién se trataba ni dónde quedaron sus restos.

La guerra tiene muy poco de épico para quienes las viven y menos para quienes las mueren.