“Chapiollada” viene del término “chapiollo”, que en sus variadas acepciones sirve para expresar algo ridículo. En ciertos diccionarios, como Babilón de internet, aparece como un nicaragüismo que quiere decir: ganado rústico, de la raza local, que no ha sido cruzado con las razas importadas. Es una palabra peyorativa. En salvadoreño decirle a alguien “chapiollo” sería algo parecido o igual a decirle “bajado”, que también es una palabra peyorativa para calificar a un provinciano, recién llegado a la ciudad, según “La Lengua Salvadoreña” de Pedro Geoffroy Rivas.
A pues, el caso es que esta es la historia de una “chapiollada”. Antes de la Ofensiva Al Tope, hubo una reunión, quizás de las primeras que celebró la guerrilla del FMLN con el gobierno de Alfredo Cristiani. La reunión tuvo lugar en el Convento de las Hermanas Clarisas, en las afueras de San José, Costa Rica; si la memoria no me falla, en septiembre de 1989.
Por la delegación del FMLN había acudido, si mal no recuerdo, Schafik Handal, Joaquín Villalobos, Antonio Cardenal, Salvador Samayoa, Roberto Cañas, Ana Guadalupe Martínez, Mercedes Latona, entre otros. No recuerdo muy bien, pero creo que también estuvo Mario López. Por parte del gobierno, creo recordar a David Escobar Galindo, al general Mauricio “El Chato” Vargas y al coronel Dionisio Machuca. Tanto es así que había un chiste que decía: Vargas la tiene chata (la nariz) porque Dionisio se la machuca”.
Carlos Ramírez, Salvador Lemus y yo, fuimos a cubrir el evento trascendental e histórico, como periodistas. Teníamos que filmar en video, grabar y transmitir información para los medios que en aquel entonces tenían relación con la guerrilla. Además teníamos enlaces con radios locales de México, Nicaragua, Honduras y El Salvador, a los que servíamos con los pormenores del encuentro.
Bueno, el caso es que a la llegada al convento, las monjas tenían un recibimiento o cena especial para los delegados. Era de noche y el hambre apretaba, después de un largo y apresurado viaje desde la infernal Managua.
Entramos todos a un salón donde una inmensa mesa estaba cubierta con un mantel blanco. Los cubiertos estaban servidos y encima de ellos un mantel fino como servilleta. La mesa grande era para los delegados de la insurgencia; se acomodó otra para los periodistas y personal asistente.
De pronto una de las monjitas entró con una vasija grande y honda y la puso al centro de la mesa grande. Estaba tapada, si mal no recuerdo era de plata. Alguien de los delegados del FMLN, la mayoría curtidos en andar de arriba para abajo en el mundo de la diplomacia y del protocolo, abrió aquella vasija y dentro encontró trocitos de fruta seca. Algunos la probaron y les pareció delicioso. “¡Mmmm, que delicioso está esto!”, se escuchaba decir.
“¡Este pedacito está un poco amargo, pero está delicioso!”, decía otro de los grandes personajes de la delegación negociadora. Así la cuestión, se terminaron el contendido de la vasija.
De pronto, entran las monjas con otras bandejas para servir la cena y una llevaba una jarra que despedía un rico olor a bebida. “¡¡¿¿Y los trocitos que estaban aquí??!!”, preguntó la monja sorprendida. “Ya nos los comimos”, dijo una voz con algo de ahuevamiento. Ella movía la cabeza tratando de comprender y finalmente explicó: “Esos trocitos son los que le dan un sabor especial al ponche que les teníamos preparado”.
¡Qué cagada! ¿No? Fue una gran “chapiollada”... Pero al fin y al cabo, la paz y la guerra, fue eso mismo, llena de trampas y aciertos, de errores y victorias. Nunca hubo líneas rectas. Aquella reunión terminó evidentemente en un fracaso porque pronto vino la ofensiva de noviembre de 1989, la denominada “Al Tope”... donde realmente topó la guerra.
Autor: Juan José Dalton
Fecha: 23 de enero de 2007