Uno quisiera levantarse una mañana y ver en la primera plana de un diario, por ejemplo, que ha terminado la guerra en Irak; que los palestinos y los israelíes se han puesto de acuerdo; que las grandes potencias al fin tomaron decisiones estratégicas para reducir el calentamiento global; que los porcentajes de pobreza en Latinoamérica han comenzado a decrecer aceleradamente; que la criminalidad en El Salvador ya no es factor de gravedad y que las migraciones son cada vez menores.
Uno quisiera eso, quizás, la mayoría de gente, pero hasta el momento sólo se trata de ilusiones pendejas o bromas macabras para un “Día de los Inocentes”.
Uno quisiera hasta conformarse con lo mínimo: salir a la calle sin que lo embarguen angustias y miedo; dejar a tus hijos en sus colegios sin pensar que pueden ser secuestrados, asesinados o maltratados.
Uno quisiera creer que todo puede cambiar para bien: que tu vecino te dará la mano o te brindará una sonrisa; que tu jefe será comprensivo y que tu empleado no será el que te meterá la puñalada en la espalda. Uno quisiera confiar nuevamente.
Uno quisiera tantas pocas cosas que juntas son imposibles. Es el déficit inmenso del bienestar, de la tolerancia y del bien tino de los gobernantes.
Me asombro cómo algunos personajes oficiales creer que leyendo biblias en las escuelas será la fórmula mágica que derrotará el mal. Vieron muchas películas de vampiros, de aquellas en que con señales de cruces y ajos a la vista eran suficientes para que los demonios cayeran hechos cenizas.
Estamos en una situación difícil a nivel mundial. La guerra en Irak no encuentra salida en su laberinto de múltiples errores y horrores. En el reciente discurso del presidente George W. Bush sobre el estado de la Unión, repartió ofensas a los iraquíes de manera parejo: acusó a suníes y chiítas como terroristas y “escuadrones de la muerte. Lo paradójico es que dijo enemigos a quienes ha impuesto por la fuerza.
Quizás la lógica conduce a Estados Unidos a reconocer que Sadam Husein hubiese sido su mejor aliado en un plan para “democratizar” el Medio Oriente. Pero ahora tal región es un hervidero de avispas muy embravecidas.
A nivel interno uno sigue encontrando más de lo mismo: el homicidio y la extorsión son los actos que hoy simbolizan a nuestro país, que como dijo Roque Dalton, tiene nombre de hospital o de remolcador. Actualizando la irreverencia y citando una de sus “bombas” o refranes del poemario “Las Historias Prohibidas de Pulgarcito”: “Aliviado está el enfermo, que ya se caga en la cama”.
Autor: Juan José Dalton
Fecha: 29 de enero de 2007