(Roque y Roquito Dalton, in memoriam)
Bernardo Menjívar, ahora de 37 años de edad, no aparenta el sufrimiento que lleva dentro. Nunca pierde la calma ni la sonrisa. Maneja un vehículo mecánico y siempre lleva una laptop acuesta: es técnico en computación, trabaja a domicilio y en consultorías esporádicas. “Hago todo lo posible para sobrevivir y educar a mis hijos”, dice el que durante la guerra se le conoció como “Javiercito”.
Bernardo hace de todo. Su andar es pausado. Pese a las dificultades que atraviesa se considera “privilegiado” en comparación al resto de los más de 12 mil lisiados ex combatientes que dejó la pasada guerra civil salvadoreña y cuyo final se conmemoró este 16 de enero, en medio de un mar de contradicciones que subyacen en la sociedad injusta que se mantiene vigente.
Su entrada en la guerra en 1980 fue abrupta y cruenta: tenía apenas 11 cuando en una invasión militar en el pueblo de “El Jícaro”, en la montañosa provincia de Chalatanango, resultó masacrada la población, entre las asesinadas se encontraba su madre y una hermana, así como tíos y primos. “De niño hice se mensajero de la guerrilla. Al comienzo no teníamos radios y había que llevar mensajes de un frente a otro frente”.
“A los 16 años, siendo ya radista de la guerrilla, caí en un campo minado en la región de Cinquera. Quedé amputado de mis dos piernas. El dolor y la frustración eran tan intensos que le pedía a mis compañeros que me pegaran un tiro...”, contó el joven. Una de sus peores angustias vividas fue cuando en una incursión militar fue descubierto el refugio secreto –“tatus”- donde la guerrilla tenía en la zona de Arcatao (frontera norte con Honduras) a varios lisiados en recuperación.
“Creí que nos matarían como había ocurrido días antes con varios heridos de guerra en una zona cercana. Pero dieron la orden que nos trasladaran a una base militar y posteriormente fuimos entregados a la Cruz Roja Internacional (CICR) y en abril de 1986 viajamos a Cuba para recibir tratamiento médico y rehabilitación”, dijo Menjívar, quien en La Habana también estudió el nivel de primaria y secundaria.
Bernardo hace de todo. Su andar es pausado. Pese a las dificultades que atraviesa se considera “privilegiado” en comparación al resto de los más de 12 mil lisiados ex combatientes que dejó la pasada guerra civil salvadoreña y cuyo final se conmemoró este 16 de enero, en medio de un mar de contradicciones que subyacen en la sociedad injusta que se mantiene vigente.
Su entrada en la guerra en 1980 fue abrupta y cruenta: tenía apenas 11 cuando en una invasión militar en el pueblo de “El Jícaro”, en la montañosa provincia de Chalatanango, resultó masacrada la población, entre las asesinadas se encontraba su madre y una hermana, así como tíos y primos. “De niño hice se mensajero de la guerrilla. Al comienzo no teníamos radios y había que llevar mensajes de un frente a otro frente”.
“A los 16 años, siendo ya radista de la guerrilla, caí en un campo minado en la región de Cinquera. Quedé amputado de mis dos piernas. El dolor y la frustración eran tan intensos que le pedía a mis compañeros que me pegaran un tiro...”, contó el joven. Una de sus peores angustias vividas fue cuando en una incursión militar fue descubierto el refugio secreto –“tatus”- donde la guerrilla tenía en la zona de Arcatao (frontera norte con Honduras) a varios lisiados en recuperación.
“Creí que nos matarían como había ocurrido días antes con varios heridos de guerra en una zona cercana. Pero dieron la orden que nos trasladaran a una base militar y posteriormente fuimos entregados a la Cruz Roja Internacional (CICR) y en abril de 1986 viajamos a Cuba para recibir tratamiento médico y rehabilitación”, dijo Menjívar, quien en La Habana también estudió el nivel de primaria y secundaria.
“Soy privilegiado en comparación al resto de mis compañeros lisiados, tanto ex guerrilleros como ex soldados, que no estamos satisfechos con los beneficios que se nos otorgaron después de concluida la guerra civil. Los Acuerdos de Chapultepec dicen que debíamos ser atendidos integralmente, en nuestra salud, así como recursos y capacitación para podernos integran, pero no se ha cumplido. Muchos como yo, que tengo hijos y una familia que sostener, hemos decidido emigrar para poder tener una vida digna”, finalizó el discapacitado.
Autor: Juan José Dalton
Fecha: 16 de enero de 2007