lunes, 5 de marzo de 2007

Luz de aurora

Francisca Quinteros era un joven de 16 años cuando ya era madre; algo común todavía en nuestros campos. Pero hace 24 años El Salvador se desgarraba en una guerra civil. Si actualmente se ve más joven de lo que es, en aquel entonces cualquiera pudo haberse imaginado que el bebé que cargaba era una muñeca, y no la criatura que parió su frágil figura.

Campesina pobre, residente de un caserío de Jucuarán, en el oriental departamento de Usulután. Pese a la pobreza que le agobiaba, el nuevo ser era su esperanza, por eso la llamó María Esperanza Guadalupe.

Un día de 1983, que Francisca no recuerda con exactitud –quizás como antídoto contra los recuerdos fatales-, los soldados llegaron por cientos, quizás miles. Destruyeron sembradíos, incendiaron las casas, asesinaron a los hombres... Los sobrevivientes huyeron, como venados espantados, corriendo y escondiéndose entre los charrales. Una fue Francisca con su hijita de apenas tres meses de nacida. Tuvo que correr mucho porque el llanto de la bebé podía ser escuchado por los soldados.

Huir, esconderse, buscar refugio. ¿Pero dónde? “Quería poner a mi hija a salvo y se la entregué a una señora a la que yo ya conocía, quien me la llevaría a un refugio... Después nunca más la volví a ver”, cuenta Francisca.

Lo más probable es que la niña, del refugio, haya sido enviada a un orfanato. Aquellos eran tiempos de guerra. La mínima sospecha significaba la muerte. Francisca comenzó a vivir una angustia que duró 24 años. Nadie le daba razón de su María Esperanza Guadalupe.



Una pareja francesa, Moulin, residentes en París; no tenían hijos. Ella trabajaba en una escuela religiosa y se entera que en un paisito llamado El Salvador, había una guerra civil, y como consecuencia de ello, cientos de menores huérfanos.

En El Salvador se afirmó que la madre de María Esperanza Guadalupe había fallecido en una masacre. La niña de pocos meses de edad es entregada en adopción a la pareja Moulin, que la llevan consigo a Paris.

María Esperanza Guadalupe es re-nombrada como Alix. Crece en un hogar feliz junto a sus dos hermanos: Marc y Philliph. Les tres tienen edades semejantes. Ninguno es hermano entre si. Los tres son de origen salvadoreño. Algo que descubrieron 24 años después, cuando sus padres adoptivos le confiesan la verdad.

Los Moulin están destrozados. A ellos les aseguraron que los padres de Alix habían muerto; lo mismo les habrían dicho de los progenitores de Marc y de Philliph, a los que los franceses confunden con marroquíes, argelinos, tunecinos o saharahuies.

Alix recobró su identidad real el 1ro de febrero (2007); conoce de su pasado doloroso. Le dijo a su madre biológica que la admiraba por la valentía con que había afrontado tanto sufrimiento. Marc y Philliph quieren descubrir sus orígenes. ¿Quién sabe cuál será?



¿Qué tierra tan martirizada la nuestra, no? Francisca estaba preparada para todo. Lo que quería era saber era qué le había deparado el destino para su María Esperanza Guadalupe (el nombre de tres vírgenes en una sola persona). “Cuando supe que la prueba de ADN de mi hija había dado positivo, quise volar, quise ser aire para atravesar todas las fronteras y llegar hasta donde ella para abrazarla”, dijo Francisca, quien añadió que cuando por fin pudo abrazar a su hija, no la podía soltar y no podía parar de llorar.
María Esperanza Guadalupe es luz de aurora. Francisca, mujer adnegada, símbolo de vida y lucha. La mezcla de ambas amalgama la acción contra el odio y la desesperanza.

Autor: Juan José Dalton
Fecha: 5 de marzo de 2007