Durante la época de guerras civiles en Centroamérica existían creencias que tenían bases reales: el peligro y el miedo de caer preso en El Salvador o en Guatemala. “En Guatemala te van a matar y no vas a aparecer nunca... Ahí no hay presos políticos”. Mientras que de El Salvador te decían: “Caer preso en El Salvador es igual a que te torturen hasta matarte o hasta que denunciés a alguien, sea o no sea guerrillero”.
Tanto en Guatemala como en El Salvador, los ejércitos tenían bajo su control a las policías y éstas actuaban más para perseguir a la oposición que a la delincuencia. El enemigo era el luchador o luchadora contra las dictaduras. Decenas de miles de muertos, desaparecidos y torturados dejó la contienda de la “seguridad nacional”. Sólo de muertos entre Guatemala y El Salvador en sus guerras civiles acumulan cerca de 350 mil personas. ¿Pero... y los traumados que están entre las víctimas y los victimarios? ¿Quién los atiende? ¿Quién sana esas heridas?
La paz ciertamente frenó aquella matanza. Han existido reformas políticas, reformas militares y reformas policiales. La oposición, la ex guerrilla, se ha incorporado al status quo: a instituciones del Estado, al Parlamento, crea partidos políticos y no se esconde para anunciar sus criterios. A nadie se le arranca la cabeza por gritarle “mentiroso” al presidente.
Pero estamos viviendo otra guerra. Una guerra sin cuarteles, sin territorios liberados, sin códigos éticos, sin jefaturas definidas. Todo ello, nuevamente, en medio de la más absoluta impunidad. Ha entrado a jugar el narcotráfico que tiene millonarios recursos capaz de corromper al que tiene una ética tambaleante.
En Guatemala fueron asesinados tres diputados salvadoreños y el colaborador de éstos, el 19 de febrero pasado. Los legisladores eran miembros del partido de gobierno, la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Fueron apresados en Ciudad Guatemala en un operativo policial, a plena luz; se les llevó a un lugar donde fueron torturados salvajemente y al final, sacados de la “cárcel clandestina”; conducidos a un lugar solitario, asesinados a balazos y sus cuerpos quemados con gasolina.
Los victimarios, un grupo de élites de la policía usó exactamente el “modus operandi” que usaron los “escuadrones de la muerte” que actuaron en el pasado; sólo que en esta ocasión no habían “motivaciones políticas”, sino que “buscaban un botín de cinco millones de dólares o su equivalente en drogas”, según dicen las investigaciones. Se habla también de un “crimen por encargo” o “por venganzas”.
En 1990, con la excepción de que sus cuerpos no fueron incinerados, lo mismo le ocurrió a los dirigentes socialdemócratas, el salvadoreño Héctor Oquelí Colindres y la guatemalteca Gilda Flores; fueron apresados por policías guatemaltecos a plana luz del día y en la ciudad de Guatemala; torturados y posteriormente encontrados sus cuerpos en una carretera que conduce a El Salvador. Este atroz crimen permanece en la impunidad 17 años después de ocurrido.
Los que “encargaron” el asesinato de Oquelí Colibres y de Gilda Flores fueron “escuadrones de la muerte” de El Salvador. Ahora, al parecer, los que “encargaron” la muerte de los diputados salvadoreños, fueron “mafias” impunes que operan a ambos lados de la frontera salvadoreña-guatemalteca. Éstas agrupaciones tienen tanto poder que ya mataron –dentro de las cárceles y en un operativo comando increíble- a cuatro de los ejecutores de los diputados. Hoy medio mundo anda con la vigilancia redoblada.
EPILOGO
Los centroamericanos que sufrimos la guerra no hemos podido asimilar plenamente la realidad que nos indica a todas luces que el hilo histórico, los vasos comunicantes, que unen la presente impunidad y violencia, está asociada en gran medida a la violencia impune del pasado. No se procesaron ni desmantelaron a los “escuadrones de la muerte” y éstos ahora se multiplican y actúan, uniéndose a una violencia social generada por pandillas criminales, redes extorsionistas, sicariato y homicidio intrafamiliar.
Lo ocurrido en Guatemala, pese a que el director de la policía salvadoreña diga que “no se quiere abrir la caja de Pandora”, creo que esa caja nos estalló a todos en pleno rostro. La derecha política y económica ha sido herida profundamente por la muerte de sus representantes, pero no ha podido acusar a su adversario tradicional del hecho. Son como dice el refrán: “Polvos de aquellos lodos”. La madeja se ha complejizado y habrá necesidad de mucha valentía y voluntad política. La pregunta es a gritos: ¿¡Es hora o no de actuar contra la impunidad y dar justicia pareja a todas las víctimas!?
Autor: Juan José Dalton
Fecha: 1 de marzo de 2007