Por Juan José Dalton (ContraPunto)
SAN SALVADOR – Los símbolos en la historia son importantes. Los cambios de “eras históricas” tienen sus símbolos. El asesinato de Monseñor Romero fue el inicio de la guerra civil. Cuando el presidente Alfredo Cristiani y el jefe guerrillero Schafik Handal se dieron la mano el 16 de enero de 1992, comenzó el proceso de paz.
Quizá en la actualidad salvadoreña se esté gestando una nueva era en la vida política nacional, que pudiera estar centrada en dos procesos presuntamente opuestos o talvez paralelos, pero que pudieran concluir en lo que llamaremos “fin de las extremas” y se transformen realmente en el re-encauzamiento de la democracia.
Estas sólo son algunas hipótesis que se deben probar con el tiempo. Asumimos el riesgo de estar equivocados o de haber sido certeros.
Al observar la realidad vemos lo siguiente: El FMLN, después de su fracaso estratégico en 2004 (el proceso electoral fue liderado por el entonces máximo líder y símbolo de la agrupación, Schafik Handal, quien proclamaba un programa radical –aunque decía que respetaría la Constitución-), dio un viraje a la inversa y tiene en la actualidad lo que es: un candidato foráneo en Mauricio Funes, con un programa moderado (algunos creen que hasta de derechas).
Sin embargo, este proyecto es el que le está posibilitando a la izquierda local acercarse a la presidencia de la República. Funes ha prometido que la dolarización sigue, que no revisará nada del TLC con Estados Unidos, que no se incluirá en el ALBA, que no revisará privatizaciones y que, tampoco hará nada por dar marcha atrás a la Amnistía General de 1993, entre otras acciones.
Muchos empresarios y derechistas perjudicados por la “ortodoxia” y el sistema de privilegios creados en los últimos años por ARENA han visto con buenos ojos la propuesta de Funes, quien en realidad lo que ofrece es un nuevo estilo de gobernar: a través de la concertación. ¿Sería esto un paso de avance hacia la democracia? Claro que sí, pero no tiene nada que ver con una propuesta radical o extrema.
Veamos la otra cara de la moneda: ARENA para tratar de ganar en las próximas elecciones tiene que llevar a un foráneo en su fórmula presidencial: Arturo Zablah, que aunque no es el cabeza principal, podría llegar a convertirse en el verdadero eje de transformación hacia la derecha ortodoxa.
ARENA fracasó con su “neoliberalismo ortodoxo”; estancó al país en lo económico, en lo social y en lo político. De prolongarse más el modelo vigente, el quiebre está asegurado.
Zablah representa para la derecha local –y no sólo para ARENA- la posibilidad del “cambio” hacia una acción social en la que el Estado, y no el sistema privilegiado de empresas, resuelvan los agobiantes problemas de empleo, violencia, exclusión, inequidad y pobreza.
Para materializar esta apuesta Zablah insiste en incrementos de los salarios, aumentos de las pensiones, combate a la evasión y la elusión fiscal. ¡Ah! Habla de revisión de las concesiones de los puertos. Esto no tiene nada que ver con la “ortodoxia o extrema neoliberal”.
Por otra parte, el entorno internacional, en especial, los cambios que se pronostican para Latinoamérica, con la consolidación cada vez más de gobiernos de izquierda y de centroizquierda, así como la posible llegada del Partido Demócrata (PD) al gobierno de Estados Unidos, no podría constituirse en un mejor momento para el inicio de una nueva etapa en la vida política nacional.
Zablah enarbola un “cambio sin riesgo”, pero con la propuesta de Funes ¿qué “riesgo” puede haber? Ahí es precisamente donde los caminos dejarán de ser opuestos y en el que las líneas paralelas comenzarán a acercarse para convergir en un punto. ¿Será ello una nueva era para El Salvador?