Por Juan José Dalton
El Salvador y Honduras están
nuevamente inmersos en un conflicto sin razón, a causa de la soberanía de isla
Conejo, que ambas naciones reclaman para sí.Ambas naciones dan argumentos supuestamente históricos acerca de la posesión del islote que mide menos de un km cuadrado, lo que algunos resaltan queriendo hacer creer que por ello dicho territorio no tiene importancia.
Sin embargo, más allá de las razones históricas, lo que en la historia se ha revelado, es la exacerbación de un falso nacionalismo que las élites de poder abanderan para esconder la esencia de los conflictos, por lo general, intereses personales o de grupos poderosos.
Isla Conejo tiene aproximadamente 40 años de estar en manos de los militares hondureños, según se argumenta, en un arreglo ilegal entre los dos ejército –y probablemente en contubernio con Washington, por haber sido el rector de la contrainsurgencia- para impedir un supuesto trasiego de armas de la Nicaragua Sandinista al entonces insurgente Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Luego la displicencia de los distintos gobiernos salvadoreños para recuperar el islote, fue una realidad; caso contrario hubiera sido si en la referida isla se hubiera descubierto petróleo o una mina de oro o una mina de uranio.
Lo cierto, tal como se evidenció en Honduras, el tema de isla Conejo salió a relucir durante la campaña electoral. Se exacerbó el nacionalismo para fortalecer la posición del actual grupo en el gobierno. Honduras izó su bandera en la isla; envió militares; está construyendo infraestructura, entre ellas un helipuerto-muelle.
Pero se sigue exaltando el nacionalismo, haciéndose ver que son los pueblos o las sociedades las que se enfrentan y las que reclaman, cuando en esencia son las élites políticas y económicas las que están detrás del conflicto.
Ojalá la prudencia y una visión integracionista de futuro sea la que prevalezca. Qué queden definitivamente atrás las descabelladas disputas con visiones feudales en las que se dirimen los intereses nacionales como si se tratara de una compraventa de un terreno o de una finca.
Las democracias reales, si a ellos aspiramos, deben estás ajenas a estos nacionalismos de pacotilla. La integración de Centroamérica será realmente la solución a estos ridículos litigios, que esconden los verdaderos conflictos que padecemos: la pobreza, el pandillerismo, el narcotráfico y la corrupción.