San Salvador (12/2/2014)
Por Juan José Dalton
José Salvador Alvarenga, de 37 años, es el protagonista de una historia singular, como salida de los mejores relatos de ficción y aventuras. Este miércoles regresó a su tierra natal, El Salvador, que lo recibió como el náufrago pródigo y ejemplo de superación. En la casa humilde de sus padres, en la lejana y casi invisible comunidad costera del occidente salvadoreño, Garita Palmera, un gran letrero pintado por niños y niñas de su familia, dice: “Bienvenido a casa”. El pescador está hospitalizado y se espera que en 48 horas pueda por fin viajar a su pueblo.
Alvarenga es uno de los millones de salvadoreños que han migrado a otras tierras en busca de una mejor vida. Él no se fue a Estados Unidos a trabajar en cualquier cosa, como lo hace la mayoría que huye a causa de la pobreza o de la violencia. Él partió hace 15 años para el sur de México para seguir dedicándose a su arte: la pesca de tiburones.
Un día de diciembre de 2012 salió a pescar con un joven ayudante llamado Ezequiel Córdova Ríos, de quien no se ha confirmado su edad (entre 15 y 22 años). Al parecer partieron de las costas de Tonalá (o Costa Azul, según otras versiones), en Chiapas, al sur de México, y a las pocas horas no se volvió a saber de ellos. Fueron dados por desaparecidos. Los pescadores de la zona y familiares de Córdova Ríos los buscaron durante 15 días. “Esperamos saber cómo falleció nuestro hijo. Lo que nosotros queremos es que se interrogue a esta persona y se compruebe su relato”, dijo el padre del Ezequiel, Nicolás Córdova Cruz, a la prensa mexicana.
La historia de Alvarenga es bastante increíble. Estando en alta mar el motor de su embarcación, que medía unos siete metros de eslora, se averió y los pescadores quedaron a la deriva y sin posibilidades de comunicarse con tierra para pedir socorro. Tras 13 meses desaparecido, aparece vivo a más de 10.000 kilómetros de distancia en las Islas Marshall, en la región de Micronesia, en el Pacífico. Su historia tiene muchos puntos oscuros. El hecho más dramático del que poco se sabe es el destino sufrido por el joven Córdova Ríos. Alvarenga contó que había fallecido a las pocas semanas del naufragio por negarse a comer y que tuvo que lanzar el cadáver al mar.
Alvarenga narró que él sobrevivió alimentándose de carne cruda de peces y tortugas; que bebía sangre de tortuga, agua de lluvia y hasta sus propios orines.
La llegada de Alvarenga al atolón de Ebon, el 30 de enero pasado, provocó gran sorpresa. El pescador apenas podía expresarse. Barbado, peludo y casi sin poder moverse por su cuenta, fue tratado en un hospital de Majuro, capital de las Islas Marshall, de donde emprendió vuelo a casa el pasado lunes. Tuvo que hacer escalas en Hawaii y en Los Ángeles (Estados Unidos).
El relato de cómo había logrado sobrevivir contrastaba con la imagen del sujeto a su llegada al atolón: un hombre aparentemente sano, sin signos de desnutrición y poco demacrado. El corresponsal del diario británico The Telegraph, Jonathan Pearlman, que habló con Alvarenga en Majuro, relató que, “a pesar de su dura experiencia apareció bien alimentado y de buen humor, excepto cuando intentó describir la pérdida del compañero con el que viajaba [Ezequiel Córdova Ríos], que murió tras cuatro meses a la deriva por negarse a comer”. Pearlman concluyó que “había varios detalles incompletos” y que Alvarenga a veces “se contradecía”.
“Las tortugas tienen un gran valor nutricional”, comentó a la BBC el nutricionista Giuseppe Russolillo. Lo que quiere decir que en la carne de estos quelonios, el náufrago habría conseguido una fuente de grasas y proteínas; y en su sangre, una concentración de azúcares, nutrientes y sales importantes para sobrevivir. “Aunque faltan muchos alimentos [vegetales, frutas y fibras] la vida es compatible y solo se va desnutriendo”, señaló Russolillo.
“Desconozco su capacidad de pesca, pero si comió mucha proteína, no tenía por qué adelgazar y pudo aguantar perfectamente... Y si fue capaz de cubrirse de la exposición solar y mantenerse mojado para evitar perder agua por la exudación de la piel, entonces pudo pasar todo ese tiempo a la deriva”, añadió el experto.
Hasta ahora, el caso más largo que se recuerda en la zona es el de los tres pescadores mexicanos que llegaron en 2006, tras pasar nueve meses a la deriva en el Océano Pacífico. Los hombres salieron a pescar tiburones, pero pronto el motor de su lancha se averió y la corriente los arrastró mar adentro. Recorrieron 8.500 kilómetros de distancia hasta ser rescatados por un barco atunero taiwanés. Pero de confirmarse la versión de Alvarenga, se trataría de una historia muy parecida aunque su odisea sea más larga y en solitario.
Ni las autoridades mexicanas ni las salvadoreñas desmienten ni confirman la veracidad del relato de los 13 meses de naufragio, pero aseguran que los datos dados por Alvarenga han sido cotejados con la fecha de su desaparición.
Alvarenga, de momento, sigue siendo un héroe. Decenas de periodistas, nacionales y extranjeros, esperaron al náufrago en tres lugares estratégicos: el aeropuerto internacional de El Salvador, en el hospital San Rafael y en Garita Palmera, población costera, donde reside la familia.
Un día antes de su llegada a San Salvador, el ministro de Exteriores, Jaime Miranda, había advertido a los medios que tanto el pescador como la familia no iban a hacer declaraciones puesto que se “sentían agobiados”. Finalmente, en la noche del martes, Miranda salió de la sala de protocolo del aeropuerto internacional y presentó a Alvarenga, quien era movilizado en una silla de ruegas. Miranda dijo que el pescador quería decir unas palabras ante la prensa.
Le dieron un micrófono, los periodistas hicieron silencio, pero Alvarenga no pudo pronunciar una sola palabra. Con una mano se cubrió el rostro y con la otra levantada hizo un gesto de saludo. Periodistas y público le aplaudieron y le ovacionaron. Fue trasladado al hospital San Rafael y el primer parte médico confirmó que, en general, su salud física y mental es buena, aunque tiene síntomas de anemia.
Por Juan José Dalton
José Salvador Alvarenga, de 37 años, es el protagonista de una historia singular, como salida de los mejores relatos de ficción y aventuras. Este miércoles regresó a su tierra natal, El Salvador, que lo recibió como el náufrago pródigo y ejemplo de superación. En la casa humilde de sus padres, en la lejana y casi invisible comunidad costera del occidente salvadoreño, Garita Palmera, un gran letrero pintado por niños y niñas de su familia, dice: “Bienvenido a casa”. El pescador está hospitalizado y se espera que en 48 horas pueda por fin viajar a su pueblo.
Alvarenga es uno de los millones de salvadoreños que han migrado a otras tierras en busca de una mejor vida. Él no se fue a Estados Unidos a trabajar en cualquier cosa, como lo hace la mayoría que huye a causa de la pobreza o de la violencia. Él partió hace 15 años para el sur de México para seguir dedicándose a su arte: la pesca de tiburones.
Un día de diciembre de 2012 salió a pescar con un joven ayudante llamado Ezequiel Córdova Ríos, de quien no se ha confirmado su edad (entre 15 y 22 años). Al parecer partieron de las costas de Tonalá (o Costa Azul, según otras versiones), en Chiapas, al sur de México, y a las pocas horas no se volvió a saber de ellos. Fueron dados por desaparecidos. Los pescadores de la zona y familiares de Córdova Ríos los buscaron durante 15 días. “Esperamos saber cómo falleció nuestro hijo. Lo que nosotros queremos es que se interrogue a esta persona y se compruebe su relato”, dijo el padre del Ezequiel, Nicolás Córdova Cruz, a la prensa mexicana.
La historia de Alvarenga es bastante increíble. Estando en alta mar el motor de su embarcación, que medía unos siete metros de eslora, se averió y los pescadores quedaron a la deriva y sin posibilidades de comunicarse con tierra para pedir socorro. Tras 13 meses desaparecido, aparece vivo a más de 10.000 kilómetros de distancia en las Islas Marshall, en la región de Micronesia, en el Pacífico. Su historia tiene muchos puntos oscuros. El hecho más dramático del que poco se sabe es el destino sufrido por el joven Córdova Ríos. Alvarenga contó que había fallecido a las pocas semanas del naufragio por negarse a comer y que tuvo que lanzar el cadáver al mar.
Alvarenga narró que él sobrevivió alimentándose de carne cruda de peces y tortugas; que bebía sangre de tortuga, agua de lluvia y hasta sus propios orines.
La llegada de Alvarenga al atolón de Ebon, el 30 de enero pasado, provocó gran sorpresa. El pescador apenas podía expresarse. Barbado, peludo y casi sin poder moverse por su cuenta, fue tratado en un hospital de Majuro, capital de las Islas Marshall, de donde emprendió vuelo a casa el pasado lunes. Tuvo que hacer escalas en Hawaii y en Los Ángeles (Estados Unidos).
El relato de cómo había logrado sobrevivir contrastaba con la imagen del sujeto a su llegada al atolón: un hombre aparentemente sano, sin signos de desnutrición y poco demacrado. El corresponsal del diario británico The Telegraph, Jonathan Pearlman, que habló con Alvarenga en Majuro, relató que, “a pesar de su dura experiencia apareció bien alimentado y de buen humor, excepto cuando intentó describir la pérdida del compañero con el que viajaba [Ezequiel Córdova Ríos], que murió tras cuatro meses a la deriva por negarse a comer”. Pearlman concluyó que “había varios detalles incompletos” y que Alvarenga a veces “se contradecía”.
“Las tortugas tienen un gran valor nutricional”, comentó a la BBC el nutricionista Giuseppe Russolillo. Lo que quiere decir que en la carne de estos quelonios, el náufrago habría conseguido una fuente de grasas y proteínas; y en su sangre, una concentración de azúcares, nutrientes y sales importantes para sobrevivir. “Aunque faltan muchos alimentos [vegetales, frutas y fibras] la vida es compatible y solo se va desnutriendo”, señaló Russolillo.
“Desconozco su capacidad de pesca, pero si comió mucha proteína, no tenía por qué adelgazar y pudo aguantar perfectamente... Y si fue capaz de cubrirse de la exposición solar y mantenerse mojado para evitar perder agua por la exudación de la piel, entonces pudo pasar todo ese tiempo a la deriva”, añadió el experto.
Hasta ahora, el caso más largo que se recuerda en la zona es el de los tres pescadores mexicanos que llegaron en 2006, tras pasar nueve meses a la deriva en el Océano Pacífico. Los hombres salieron a pescar tiburones, pero pronto el motor de su lancha se averió y la corriente los arrastró mar adentro. Recorrieron 8.500 kilómetros de distancia hasta ser rescatados por un barco atunero taiwanés. Pero de confirmarse la versión de Alvarenga, se trataría de una historia muy parecida aunque su odisea sea más larga y en solitario.
Ni las autoridades mexicanas ni las salvadoreñas desmienten ni confirman la veracidad del relato de los 13 meses de naufragio, pero aseguran que los datos dados por Alvarenga han sido cotejados con la fecha de su desaparición.
Alvarenga, de momento, sigue siendo un héroe. Decenas de periodistas, nacionales y extranjeros, esperaron al náufrago en tres lugares estratégicos: el aeropuerto internacional de El Salvador, en el hospital San Rafael y en Garita Palmera, población costera, donde reside la familia.
Un día antes de su llegada a San Salvador, el ministro de Exteriores, Jaime Miranda, había advertido a los medios que tanto el pescador como la familia no iban a hacer declaraciones puesto que se “sentían agobiados”. Finalmente, en la noche del martes, Miranda salió de la sala de protocolo del aeropuerto internacional y presentó a Alvarenga, quien era movilizado en una silla de ruegas. Miranda dijo que el pescador quería decir unas palabras ante la prensa.
Le dieron un micrófono, los periodistas hicieron silencio, pero Alvarenga no pudo pronunciar una sola palabra. Con una mano se cubrió el rostro y con la otra levantada hizo un gesto de saludo. Periodistas y público le aplaudieron y le ovacionaron. Fue trasladado al hospital San Rafael y el primer parte médico confirmó que, en general, su salud física y mental es buena, aunque tiene síntomas de anemia.
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/02/12/actualidad/1392235983_342396.html